¿Amor de compasión o amor de complacencia?



Por Sugel Michelen
Desde hace varios días hemos estado comentando la exhortación que hace Pedro en los versículos 22 y 23 del capítulo 1 de su primera carta: “Habiendo purificado vuestras almas por la obediencia a la verdad, mediante el Espíritu, para el amor fraternal no fingido, amaos unos a otros entrañablemente, de corazón puro; siendo renacidos, no de simiente corruptible, sino de incorruptible, por la palabra de Dios que vive y permanece para siempre”.

La palabra que RV traduce como “amor fraternal” es la traducción de una sola palabra griega: filadelfian, sustantivo compuesto de filo que señala el aspecto afectivo del “amor” y que se usaba regularmente para señalar el amor entre los miembros de una familia, y adelfos que significa “hermano”. Así como los hermanos de sangre deben amarse afectuosamente, así deben los cristianos amarse entre sí.

Debemos mostrar amor hacia todas las personas, sean creyentes o no. Los dos mandamientos más importantes de la ley es amar al Señor con todo nuestro ser y al prójimo como a nosotros mismos, independientemente de su condición espiritual. Y Pablo dice en Rom. 13:10 que el cumplimiento de la ley es el amor. El amor es lo que nos impulsa a cumplir los deberes de la segunda tabla del Decálogo que tienen que ver con nuestras relaciones humanas en sentido general.

Pero Pedro no está hablando aquí del amor en su acepción más amplia. El enfoque de este deber es más específico, más restringido. Es un amor de cristianos para cristianos. No depende del atractivo que pueda tener esa persona para nosotros, ni de las cosas naturales que podamos tener en común. Depende únicamente del hecho de que ellos son hijos de Dios lo mismo que nosotros y, por lo tanto, son nuestros hermanos. Hay un vínculo real que nos une, más fuerte aún que el vínculo de sangre.

Todos aquellos que han sido redimidos por la gracia de Dios, y adoptados en la familia de la fe, ahora son hermanos y tienen el deber de amarse unos a otros. Pablo dice en Rom. 12:10: “Amaos unos a otros con amor fraternal”. Hay dos palabras aquí a la que quiero llamar vuestra atención. La primera es filostorgoi de filo que significa “amor” como ya vimos y storge que significa “afecto natural”, “amor de familia”. “Ámense así los unos a los otros, con ese afecto natural que existe entre los miembros de una familia”. Y para que no haya ninguna duda, luego Pablo añade: “con amor fraternal” (con filadelfia)”. Este no es cualquier tipo de amor. Es un amor movido por la realidad de nuestra fe y que procura de manera particular el bienestar de nuestros hermanos desde una perspectiva distintivamente cristiana.

Los cristianos debemos amar a todos e involucrarnos en hacerles bien a todos, según tengamos oportunidad, pero el amor de un cristiano por otro no tendrá las mismas manifestaciones que el amor que manifiesta por uno que no lo es. Yo no voy a preocuparme porque mi vecino inconverso no está creciendo en gracia, por ejemplo, porque él no tiene gracia; tampoco voy a preocuparme porque esté dando un mal testimonio. Yo debo tener otras preocupaciones por mi vecino inconverso, pero no serán exactamente las mismas que tengo por mis otros hermanos en la fe.

Como bien señala el comentarista John Brown: “La gran meta contemplada por el amor fraternal cristiano, es la felicidad del objeto [amado] desde el punto de vista cristiano; su liberación de la ignorancia, del error y del pecado en todas sus formas y acepciones; su progresiva y completa felicidad final, en perfecta conformidad a la mente y la voluntad de Dios… Este no pasa por alto ninguno de los intereses de su objeto, pero los mira todos en referencia y subordinación al disfrute de ‘la salvación que es en Cristo Jesús, con gloria eterna’. Tal es la naturaleza general del amor fraternal aquí prescrito” (ad loc.).

Tenemos algo en común con nuestros hermanos en la fe que no tenemos en común con nadie más. Por más afinidad que tenga un creyente con un incrédulo desde el punto de vista temperamental o social o educacional, nunca será mayor que la que existe entre dos creyentes. No sólo tenemos más puntos de contacto, sino que esos puntos de contacto tocan los aspectos más importantes y trascendentales de la vida. Tenemos un mismo Padre, un mismo Salvador, una misma fe, un mismo conjunto de valores y de ideas, una misma lucha, un mismo destino.

Lo más natural del mundo debiera ser que los creyentes amen a los otros creyentes como no pueden amar a nadie más. Debemos mostrar amor por todos, pero debe existir una clara distinción entre el amor de compasión que debemos sentir por todos los hombres y el amor de complacencia que debemos sentir por todos aquellos que son el objeto del amor especial de Dios y que son mis hermanos en la fe.

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