¿Qué les dirían Merton, Nouwen, y Grün a los neo-apóstoles del Siglo XXI? Por Osias Segura



No hay nada que haga más daño a nuestro liderazgo cristiano que vivir bajo un “falso yo.” Esto se muestra en como nuestros pastores hoy experimentan una enorme presión por ser líderes de éxito. Este “éxito” significa tener grandes iglesias, lucir prósperos y con mucha salud, una familia ejemplar, hacer milagros, tener facilidad de palabra, y una personalidad espiritual perfecta. No es de sorprenderse que los superapóstoles, y falsos profetas vivan bajo estos principios. Lo interesante es que esas definiciones de éxito vienen del mundo de los negocios; pues en las Escrituras somos llamados a ser fieles, no a ser exitosos. ¡Nuestra fidelidad a Dios es un llamado a la integridad de nuestro ser! Es el Espíritu quien edifica la iglesia no nuestras habilidades empresariales—aunque estas herramientas proveen ayuda al liderazgo cristiano. En otras palabras, a nuestros pastores se les presiona que se vistan de la armadura del éxito; pero dentro de esta armadura hay un niño quebrantado que clama por ayuda, mientras se hunde en sus heridas—su “falso yo.” Detrás del prometer prosperidad, lucir prospero y casi perfecto, entre otras cualidades ya mencionadas, existe un individuo queriendo llenar un vacío espiritual.

Thomas Merton, Henri Nouwen, y Anselmo Grün nos hablaban de una polaridad espiritual: el “falso yo” vis-a-vis el “verdadero yo.” Ellos nos recuerdan que fuimos creados a la imagen de Dios, y esta imagen es el “verdadero yo.” Los humanos tenemos desde la concepción esa chispa divina, cual es nuestra identidad con Dios. Sin embargo, el pecado original nos invadió manchando nuestra identidad original, creando una falsa en nosotros (i.e., falso yo). De esta manera es como el pecado nos confunde y se nos hace difícil encontrar nuestro camino hacia Dios. Estamos alienados de nosotros mismos, y queriendo hacer lo bueno terminamos haciendo lo malo. La única manera de salir adelante de esta confusión espiritual, en la que el pecado nos ha sumergido, es desenmascarando el “falso yo.” Es decir, encarando nuestras heridas, temores, miedos, problemas, y debilidades; así es como empezamos a vencer el “falso yo.”

Este desenmascaramiento es todo un proceso de toda la vida, y no se puede alcanzar en un retiro espiritual, o en una imposición de manos apostólica. ¡Crecimiento espiritualidad en una pastilla no existe! Solamente el trabajo constante del Espíritu Santo en nosotros y con nosotros es la solución. Ahora, nuestra edificada comunidad de creyentes, directores espirituales, y aun terapia sicológica resultan fuentes importantes y complementarias para orientarnos hacia Cristo el autor de nuestra fe. Así que descubrir nuestro “verdadero yo” lleva tiempo, y solo se puede hacer bajo la dirección del Espíritu desde la conversión.

Nuestro “verdadero yo” es la suma de nuestra razón, emociones, deseos, valores, pasiones; o bien podríamos resumirlas como la voluntad o el corazón humano en Cristo. Lo que el pecado hace en nosotros es quebrantarnos, dividiendo nuestro ser en digamos múltiples archivos. Entre más dividido este nuestro ser, más confundidos nos vamos a encontrar, y más difícil es actuar como hijos o hijas de Dios. Pues en algunas áreas de nuestra vida con alguna facilidad se las sometemos al Espíritu, pero otras áreas las seguimos controlando nosotros. ¡Es como si sirviéramos a dos señores! Por otro lado, lo que la santidad (i.e., el trabajo del Espíritu en nosotros) hace es integrar nuestro ser en un solo ser, en un “verdadero yo.” Dios desea que sometamos nuestro ser completo a Su voluntad. Esa integración, sin embargo, conlleva el encarar nuestras heridas, pasiones, y deseos.

Desenmascarar ese “falso yo” implica el encarar esas heridas, pasiones, deseos, y debilidades que bajo la dirección del pecado hemos utilizado mal contra nosotros mismos, contra otros, y las instituciones sociales han impactado contra nosotros. Es más simple esconder, o ignorar esas heridas que encararlas; y encararlas requiere de coraje. Sin embargo, cuando empezamos a caminar en Cristo, cuando el Espíritu nos apunta a no ignorar nuestra condición dividida y rota. Debemos vencer esa negación de ignorar nuestras heridas; pues entre más profundas esas heridas, más fuerte nuestra negación hacia ellas. Algunos buscan esconder o ignorar sus heridas por medio de sedativos espirituales o vistiendo una armadura: como el enfocarnos en el éxito, prosperar en las finanzas por medio del trueque con Dios, buscar crecer espiritualmente con retiros espirituales que prometen rápidos resultados, o la imposición mágica de manos de falsos ungidos que prometen limpieza espiritual. En cambio, para encarar nuestro “falso yo” debemos reconocer nuestra impotencia para transformarlo con nuestras propias fuerzas, y estar deseosos de participar en una manera activo-pasiva con el Espíritu en su trabajo de transformación en nosotros. El “falso yo” ignora las heridas, y fragmenta nuestro ser, alimentando cada vez más y más el pecado en nosotros.

Para Nouwen, Merton, y Grün hay que encarar nuestro “falso yo” por medio de un acercamiento al dolor que han causado nuestras heridas, temores y pasiones. Esto implica sufrir, pero sabemos que en medio de ese sufrimiento Dios está activo en nuestra sanidad. Es necesario llamar a las heridas por su nombre, y hacernos amigos de ellas para encontrar la sanidad. La clave está en llegar al punto de hacernos dueños de ese dolor, y no ver las heridas como algo extraño. Pues el ignorar el dolor es permitir que nos sigamos haciendo daño, y el hacer daño a otros.
Anselmo Grün bien lo ilustra diciendo:
Muchas veces huimos de nosotros mismos, nos da pánico mirarnos al interior por miedo de ver allí un peligroso perro [i.e., pasiones, heridas, temores, deseos]. Pero cuanto más encadenemos los perros tanto más furiosos se vuelven. Se trata, por tanto, de armarse de valor y penetrar en la torre allí, en paz, dialogar confiadamente con ellos. Pronto nos descubrirán el secreto del tesoro que guardan. Ese tesoro puede ser un nuevo impulso de vida, un nuevo estilo de autenticidad personal, la nueva manera de ser yo mismo hasta completar la imagen que Dios se ha formado en mí.[1]

Entonces tenemos que encarar nuestro “falso yo” nos llevaría a sufrir pues tendríamos que abrazar aquellas heridas, temores, y pasiones de las que hemos huido, o escondido por vergüenza, por mucho tiempo. Al abrazar esas heridas de la vida, con la ayuda del Espíritu, inicia una sanidad y el sufrimiento se torna más manejable. La sanidad es presente como futura (i.e., escatológica). No se trata de quedarnos atrapados en el dolor, pues no debe ser un estadio permanente. De pronto nos damos cuenta que nuestro dolor es el dolor de muchos en el mundo, y al empezar a acercarnos y descubrir nuestro “verdadero yo” nos convertimos en lo que Nouwen llama sanadores heridos. Esta es una manera de vivir nuestra salvación en Cristo: experimentando y compartiendo el shalom de Dios. Así es como comprendemos el sufrimiento en el mundo, y en el mismo Cristo, pues experimentamos dolor en nosotros mismos; pero después de la muerte viene la resurrección como nuevas criaturas en Cristo. Solo así, como nuevas criaturas en Cristo bajo un “verdadero yo”, es cómo podemos ministrar a un mundo quebrantado y en dolor. Necesitamos de nuestras heridas, y estas convirtiéndose en cicatrices para participar de un ministerio autentico de sanidad en Cristo.

Para concluir retomemos lo anteriormente dicho. El mundo ha imprimido su identidad en nosotros; una identidad quebrantada por el pecado y sus consecuencias. Esa identidad quebrantada no nos permite disfrutar de la presencia de Dios en nosotros, pues unas áreas de la vida están bajo Cristo, y otras no. Allí es cuando debemos tener el coraje para enfrentar nuestras heridas y temores, en el poder del Espíritu. Al abrazar esos temores y heridas enfrentamos nuestros sufrimientos, y el proceso de sanidad inicia. No podemos hacer ministerio efectivo con una armadura sobre nosotros. Debemos ser íntegros, y desenmascarar nuestro ser. Es por medio de nuestra experiencia del enfrentar nuestro “falso yo”; y nuestra vulnerabilidad al compartir las cicatrices, como otros empiezan a encontrar a Cristo por medio de nuestro ejemplo. Nuestro quebrantamiento (i.e., heridas, etc.) no tiene nunca la última palabra en nosotros, sino la integración de nuestro ser, el “verdadero yo.” Así es como en Cristo descubrimos nuestra verdadera naturaleza, el “verdadero yo.” ¡Esta es la manera como somos fieles a Dios, siendo íntegros en nuestro ser!


[1] (Grun y Dufner, 2005, 63)

1 comentarios:

Anónimo dijo...

que tienen los catolicos ( misticos, ex-evangelicos ) en enseñar y corregir a los evangelicos ya tenemos piadosos y biblicos hermanos asi que: medico curate a ti mismo

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